consumir preferentemente.

Este lunes y martes los pasaré en mi casa, mientras Felix y Raúl me renuevan la instalación eléctrica. Los tres estamos trabajando a ritmo de Máxima FM. Ellos poniendo regletas y tirando metros de cable, mientras yo buceo en papeles que acumulaba desde que me fui de casa de mis padres. Parece que esté haciendo la última limpieza que me quedaba por hacer y sólo podría afrontarla a base de música máquina.

Entre nóminas viejas, antiguas declaraciones de renta y facturas de un coche que ya no poseo, aparecieron cartas de mi exposo. Pocas, muy pocas pero me han reconciliado con él y con nuestra historia. En todo este tiempo nunca pensé que hubiese perdido el tiempo con él, no me arrepentí nunca de nada. Hubiese cambiado cosas ¿quién no? Las cambiaría a diario, pero siempre es más fácil encontrar una frase mejor o una reacción mejor cuando se observa la situación desde la distancia, ya sea temporal o espacial.

Me he sentido mayor, soy mayor, lo sé, mi mejor amigo me lo dice desde hace un par de años. Me recuerda quédamente que no nos «hacemos mayores» sino que «somos mayores». Y hoy lo he sentido, no como algo negativo, sino como el bouquet de un buen vino que mejora con la edad. Prefiero entender mi edad así. Al menos me siento mejor a mis 37 de lo que me sentía a los 32. Cuando tenga 40 seré un gran reserva que haya que paladear pausadamente.

Hoy he recuperado fotos de novietes de verano, de amores imposibles, de aquel chico de la escuela y ahora la delgada carpeta con escritos de mi exposo ha ido a parar al mismo lugar que aquellas notas y fotos de otros chicos que siempre atesoré. Mi baúl de los recuerdos ¡uuuhhh!

Ahora las miro y sonrío. Hoy he leído las palabras del que fue mi astro rey durante tantos años y me he reconciliado con él. He podido leer que existió el día que su ilusión y su amor podían más que la rutina y el desencanto que nos terminaron distanciando.

Y sus palabras me han hecho ser consciente – de nuevo – que todo tiene fecha de caducidad. Y no lo digo como algo triste, ni resignado, sino como una simple constatación. Todos tenemos una fecha de caducidad. Más tarde o más temprano todos caducamos. Somos como ese helado en el congelador que aunque tenga fecha de caducidad, disfrutamos a cada mordisco. Sabemos que caducará ¿y? Si mientras lo tenemos en la boca degustamos todos sus diferentes matices – tanto – que incluso cerramos los ojos para regodearnos de placer.

Todos tenemos un tiempo, en nosotros está el saborearlo.

 

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