impulso

Hace ya unos añitos había un anuncio en la tele que decía: «si un desconocido de repente te regala flores, eso es impulso.»

Yo siempre pensé que si un desconocido te regalaba flores era por una de estas dos razones
1. que tuviese una floristería y la estuviese promocionando
o segundo y más probable
2. que fuese un psicópata asesino

Ayer viví una situación digna de aquel anuncio.
He vivido cosas parecidas, pero la de ayer fue un tanto extraña. Por el momento, por el lugar, pero sobre todo por mi edad.

Salía de mi clase de punto y me encaminaba hacia la parada de metro más cercana.
De camino ví a un chico en bicicleta que venía en mi dirección. Tenía el pelo recogido en una coleta y eso me llamó la atención. Tengo una debilidad por los chicos con pelo largo o por los «pelos largos con chico» como una vez comenté erróneamente. No me pararé a analizar el por qué de esta debilidad por las melenas masculinas. Pero cuando miro atrás siempre hubo cabelleras entre los caballeros que me gustaban. El cabello que me hipnotizó fue el de aquel amor de verano, aquel que ahora sí, aquel que ahora no, aquel que ahora me la como yo. Aquellos tirabuzones negros que se mecían a cada movimiento, que tan suaves resultaban al tacto y que nada tenían que envidiar a los de Scarlett O’Hara. Y a los que yo me rendía resuelta a contestar con un «Sí, Señoritaaa Escarlaaata».
Lo triste de aquel recuerdo maravilloso fue ver lo que el tiempo y la alopecia hizo con aquel pelo negro azabache. En algunas ocasiones sería mejor no encontrar a un antiguo amor en facebook y poder mantenerlo en el recuerdo.

El caso es que aquella melena sobre ruedas me recordó a aquel otro chico y tuve que mirar.
Conforme su bicicleta se acercaba desvié la mirada y cuando estuvo a mi altura le miré de soslayo. Sí, desde que escribo mi nuevo testamento que miro a los hombres que me llaman la atención a la cara. Ellos están aquí y son dignos de ver. ¿Por qué no debería mirarles?
¿No se ciegan algunos hombres a ver escotes, piernas y traseros? Sobre todo ahora que viene el buen tiempo. Pues yo miro a los hombres que me parecen atractivos y algún día les soltaré entre dientes un «guapooooo», escupiré en el suelo y me colocaré bien el paquete.

Pero por ahora sólo miro. Así que miré de lado al ciclista y ví que él también miraba.

Curioso este juego que no lleva a ningún lado pero que te hace sentir mejor durante un instante. No sé si sólo lo juego yo, pero es divertido. Y siempre me hace pensar en aquella escena inicial del «Crimen Ferpecto» en el que Guillermo Toledo anda por la calle, se cruza con una chica en un paso de cebra, se miran, él la agarra y se besan.

Entre anuncios y películas tengo mi mente muy ocupada, sí.

Seguí mi camino y subí la siguiente calle. En la esquina, escudriñé discretamente (si eso es posible) con la mirada y ví que unos metros más allá, el chico seguía en bici y que había girado la cabeza en mi dirección.

Mi autoestima estaba pegando brincos. Si un extraño te mira dos veces…

Seguí caminando y al instante oí una bici casi a mi altura. Miré de lado y ahí estaba él.

«¿nos conocemos?» me dijo.

Me tuve que reír y le seguí la corriente. Su cara sí que me resultaba familiar, pero enseguida supe que no le conocía, que simplemente era el tipo de chico en el que me solía fijar. Eso era lo único familiar en él.

Por unos instantes me sentí como la chica del video de Thriller de Michael Jackson. Cuando caminan por la calle y él baila a su alrededor, poco antes de convertirse en hombre lobo.

Él pedaleaba a ritmo lento para ir a mi paso y la noche se cernía sobre la ciudad.

AAAAAUUUUUUUHHHHH

Bromeamos sobre el hecho que él podría ser un psicópata asesino a la búsqueda de una víctima. Sin que él lo notase, yo recoloqué sutilmente mi bolso para tenerlo mejor agarrado.
Tal vez fuese un ligón de bolsos a la par que un impulsivo hombre lobo.

La situación me pareció de lo más extraña. Allá estaba yo caminando al lado de un extraño. Algún que otro transeúnte al pasar a nuestro lado se giraba al cazar retazos de nuestra conversación. Seguramente querrían memorizar mi cara por si la veían al día siguiente en la página de sucesos de algún diario.

Pensé que en el impás entre mi antiguo y nuevo testamento seguramente hubiese quedado a tomar algo con este chico y que el café nos hubiese llevado a temas más tórridos o torrefactos. Pero a día de hoy y con la vida llena de vida que vivo, no necesito más que saber que un chico puede cambiar su dirección para acompañarme durante unos instantes.

Y entonces caí en la cuenta, ese chico era el típico chico que me gustaba antes. Aire de malo, descarado y atrevido. Un compañero de juegos que conozco demasiado bien y con el que yo siempre acababa perdiendo. Así que igual que apareció el interés, se esfumó.

Me vino a la mente el poquenor  de mi poconovio cuando dice eso de  «no vull jugar més» después de haber jugado tan solo cinco minutos con un juguete por el que se moría por jugar.

Me supo mal haber dado pie a esa caminata juntos, pero pensé que había sido divertido para los dos, que los dos habíamos cargado las pilas de nuestra autoestima en un momento. Si él necesitaba algo más, ya no era problema mío.

Yo ya no quería jugar más, como cuando pillabas a alguien en el patio y te soltaba un «no juego«. ¡Qué rabia daba aquello! ¡Qué rabia le debía dar yo a aquel chico en ese momento! Pero ¿cómo expresarlo?

Es lo que hay.

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